Revivimos, 30 años después, un caso increíble. El 25 de julio de 1979 se produjo en la localidad valenciana de Turís uno de los episodios OVNI más espectaculares de la historia de la ufología, con “encuentro cercano” incluido. Ballester Olmos fue uno de los investigadores que estudió el caso. Treinta años después ha regresado al lugar de los hechos para hablar con su protagonista.Y esto es lo que ha encontrado...
A las 11.30 de la mañana del día de San Jaime (25 de julio) de 1979 Federico Ibáñez Ibáñez, un acomodado agricultor de 54 años, salió del pueblo valenciano de Turís para dirigirse a un campo de viñas de su propiedad situado a unos 4 km con la finalidad de recoger uvas para la comida familiar. Mientras conducía su R-6, unos 700 m antes de llegar vio un reflejo que atribuyó al SEAT 600 del hijo del dueño de la parcela vecina. Pronto dejó de verlo por el trazado del camino. Sin embargo, unos tres minutos después, cuando se encontraba a unos 50 m de sus campos, lo vio de nuevo y siguió pensando que se trataba de un coche aparcado en el centro del camino de acceso a los campos. Solo cuando estuvo a unos 4 m del objeto, que le bloqueaba el paso, se percató de que no era un automóvil. Tenía forma de “medio huevo”, carecía de ruedas y se apoyaba en el suelo sobre dos “patas”. Era de color blanco, tenía una base plana y unas dimensiones aproximadas de 2,5 m de alto (incluyendo los 30 cm de los soportes) y 2,5 m de ancho.“Era una cosa metálica muy brillante, de un blanco muy fuerte que nunca había visto”, afirmó el testigo. Estupefacto y todavía sentado en el interior de su vehículo, vio surgir de un algarrobo situado 11 m a su izquierda dos seres idénticos que medían entre 80 y 100 cm de altura y que entraron en el objeto por su lado izquierdo. Corrían veloces uno tras otro, casi pegados, y no se giraron hacia el observador, que solo los vio de perfil durante aproximadamente un par de segundos. No obstante, Federico Ibáñez pudo distinguir que iban ataviados con una vestimenta blanca que parecía estar “hinchada de aire” y que salía de la frente de aquellos seres y llegaba casi hasta el suelo, dejando al descubierto unos pies pequeños y oscuros. Sus brazos eran cortos, estaban doblados y pegados al cuerpo y terminaban en unas manos oscuras.
El único detalle de los rostros que pudo observar fueron unos tubos negros que sobresalían de ellos, de unos 7 u 8 cm de largo, parecidos a “las gafas que se usan para soldar, pero más largos”, según dijo.Al instante, el objeto ascendió a gran velocidad con una inclinación de unos 260º. Levantó tal torbellino de viento que dejó el suelo barrido, pero aun así el testigo tuvo tiempo de distinguir a través del parabrisas delantero una base circular lisa del mismo color blanco brillante que el resto del objeto. Ya no pudo ver las patas. Salió del coche precipitadamente, pero solo acertó a contemplar una “perla” en el cielo que desaparecía en la altura. Aunque no había tenido tiempo de quitar la llave de contacto y tuvo en todo momento bajada la ventanilla del conductor, no escuchó sonido alguno. En total, desde que comprobó que se trataba de un objeto extraño hasta que este inició el despegue transcurrieron unos 6 segundos, y 4 más hasta que dejó de verlo. Con presencia de ánimo, siguió hasta su viñedo y recogió las uvas, pero, intranquilo, decidió marcharse, no sin antes mirar junto al algarrobo “por si se habían dejado algo”.De vuelta en su casa contó nervioso lo sucedido a los familiares allí reunidos y regresó al lugar de los hechos con su mujer, su hija, su yerno y un empleado de este. El espacio en el que había aterrizado el objeto estaba ahora ocupado por el coche del dueño de la viña contigua, a quien por vergüenza no contaron nada. Sí constataron, no obstante, que los alrededores del camino estaban limpios de polvo debido al efecto del despegue del objeto. Junto al algarrobo detrás del cual habían salido los dos seres encontraron dos agujeros que el testigo descartó que se tratase de guaridas de conejos.
LA INVESTIGACIÓN DE CAMPO
El suceso, muy comentado en el pueblo, llegó a oídos del cronista local, que publicó una nota sobre el mismo en el diario de Valencia Las Provincias del 10 de agosto. Dos días después, siete universitarios, miembros del grupo ufológico valenciano AVIU, capitaneados por Juan Antonio Fernández Peris (que años más tarde cobraría fama por su estudio sobre el “incidente Manises”, ocurrido el 11 de noviembre del mismo año 1979), se desplazaron a la zona. Volvieron nuevamente el día 14 y se quedaron allí 30 horas seguidas. En ambas ocasiones entrevistaron al testigo e hicieron numerosas mediciones y estimaciones de tamaños, distancias, tiempos y todos los cálculos relativos a la investigación de un fenómeno de estas características, siguiendo los protocolos y las técnicas de los manuales más avanzados de la época. Federico Ibáñez les indicó la ubicación exacta del objeto circular y los investigadores marcaron la longitud de esa circunferencia con yeso para calcular sus dimensiones y su volumen.
Fue entonces cuando encontraron en el área de ese círculo cuatro huellas (posiblemente de las patas de la nave) que unidas entre sí formaban un rectángulo perfecto de 176 x 130 cm. Dos de ellas estaban muy deterioradas, pero de las otras dos se pudo tomar medidas bastante exactas y hasta moldes de yeso. Aparentemente, la estructura de cada una de ellas (ver imágenes de pág. 46) era una circunferencia de 8 cm de diámetro cuyo interior estaba integrado por 8 casquetes esféricos de unos 2,25 cm de diámetro que, a su vez, rodeaban simétricamente un casquete central, también circular, de unos 3,5 cm de diámetro. La profundidad de las marcas de los casquetes variaba: el central se hundía en el terreno de 9 a 14 mm, los más pequeños mucho menos. Mediante un penetrómetro manual se estimó –probablemente con bastante margen de error, dado lo rudimentario del sistema– que el objeto que había producido esas marcas había ejercido una fuerza de 4 toneladas. De otro lado, se comprobó que ninguno de los aperos de los vehículos agrícolas que circulan por la zona podía generar este tipo de huellas. Este modélico estudio de campo fue seguido el 30 de septiembre por la encuesta realizada por el autor de este artículo y por el físico valenciano Miguel Guasp, quienes procedieron a una peritación exhaustiva del entorno y del protagonista del suceso.
El 13 de julio de 1980, el grupo AVIU volvió al lugar para efectuar comprobaciones adicionales. Asimismo, el diplomado en dibujo Juan Marcos Gascón ejecutó un retrato-robot de los seres, cuyo diseño final fue rubricado por el testigo. Detallados resúmenes del caso fueron publicados en la revista especializada Stendek (septiembre de 1981) y en la Flying Saucer Review de noviembre-diciembre de 1982. Los investigadores llegamos a la conclusión de que Federico Ibáñez nunca había mostrado interés por las historias de “platillos volantes”; de hecho, en 1979 desconocía el significado de las siglas OVNI. De buena vista y reflejos, hombre de campo, abierto y afable, tuvimos de él la mejor de las impresiones, coincidiendo todos en que no era persona dada a las fantasías ni capaz de inventar, y menos fingir, un suceso como el que había relatado. Cabe señalar que cuando el testigo regresó a casa estaba tan demudado que su familia pensó que había presenciado algún accidente grave. “Peor aún”, les dijo. Y pasó a relatarles su extraña experiencia.
TREINTA AÑOS DESPUÉS
La buena praxis de la investigación de campo en ufología recomienda volver sobre los acontecimientos transcurridos muchos años atrás. Esto me ha impulsado a entrevistar nuevamente a Federico Ibáñez, primero en septiembre de 2008, con Luis R. González, y posteriormente en noviembre de ese año, con el experimentado fotógrafo Rafael Márquez. ¿Habría protagonizado otras observaciones o experiencias peculiares? ¿Se retractaría de lo relatado entonces? ¿Podríamos pillarle en algún renuncio? Nuestro diálogo con él, aunque amigable y cercano, fue franco, directo, sin contemplaciones ni diplomacias, pues queríamos explorar todas las posibilidades tradicionales de confusión que aclarasen el suceso. A no ser que Ibáñez fuera el mejor actor del mundo, una broma o una invención quedaron descartadas. Habló con absoluta garantía y se reafirmó en todo con energía. Le preguntamos directamente si había sido un montaje y lo negó, pese a que se le dio la oportunidad de confesar sin menoscabo de su imagen. ¿Quizá alguna copa de más le hizo ver algo falso? “Nunca he bebido, ni vino”, afirmó enfáticamente, a pesar de haber estado toda la vida entre vides. A los casi 84 años, su espalda está bastante tocada y anda encorvado, pero la vitalidad que manifiesta es notoria. Comprobamos que no se trata de una persona peculiar, que nunca ha manifestado habilidades especiales. Tampoco le ha cambiado la vida desde entonces. Aparenta ser alguien normal, con una vida centrada en el trabajo de sus tierras y en la familia. Una persona bastante espartana, diría yo. ¿Un sueño, una alucinación, algo irreal? También lo negó.
Ibáñez está convencido de que aquello ocurrió ante sus ojos. Y convence. Evidentemente, ha repetido hasta la saciedad la misma historia, que no presenta alteraciones sustanciales. Durante nuestra conversación en ningún momento aludió al espacio, a los extraterrestres ni a nada parecido. Al objeto lo llamó sencillamente “el aparato”. A los dos seres humanoides (nuestra terminología), “nanos” o “chavaletes” por su baja estatura, que cifró en unos 40-50 cm, cuando en 1979 estimó su altura en 80 cm y la comprobación in situ arrojó 98 cm. ¿Estaba pensando en su grosor más que en su altura? Y tampoco olvidó mencionar un detalle que parece irracional, a pesar de lo cual hizo hincapié en él:“Se metieron en el aparato sin abrir ni cerrar ninguna puerta”. Insistí en que hiciera unos dibujos tanto del objeto como de los seres para compararlos con los que había realizado 30 años antes. Como entonces, mostró sus limitaciones para la expresión gráfica, garabateando como podía. Comparados con los originales de 1979 se observan discrepancias y pérdida de exactitud y detalle. Comenzó dibujando la planta circular del objeto y luego le añadió la curvatura superior.
En cuanto a la silueta de los seres, ahora la recordaba más estilizada y la presentó de cara, en lugar de perfil, y casi en movimiento, como los dibujos originales. ¿Hasta qué punto son diferencias significativas? Los dibujos actuales son más esquemáticos que los de entonces. ¿Acusan la edad y la lejanía en el tiempo? Si es así, apreciamos que no ha disminuido la emoción a la hora de rememorar su observación de antaño. Su esposa, actualmente ciega, pasó un rato a saludarnos y aprovechamos para preguntarle su opinión sobre aquellos hechos.“Me lo creo –afirmó sin contemplaciones–. [Mi marido] dice demasiadas verdades y es [en general] demasiado claro”. Obviamente, retrata a su esposo como un hombre veraz y cabal. Nos consta. Finalizadas las dos visitas de 2008, nuestras reflexiones tienden a corroborar la seriedad del personaje, en el que no hallamos signo alguno de querer embellecer la historia ni de sacarle cualquier tipo de rendimiento. Es una persona típica del ámbito rural, sin dobleces, con una trayectoria solo importunada en una ocasión por lo insólito, que ha vivido desde siempre con una economía más que saneada y que tendría más que perder que ganar. Si no parece dado a la fabulación, si lo que afirma rotundamente que vio no tiene correlato con nada que conozcamos y si, además, están las huellas como evidencia material complementaria, ¿qué fue realmente aquel episodio?
¿PUNTOS DÉBILES ?
Obviamente, Federico Ibáñez es el único testigo de aquellos hechos y nadie puede avalar su historia. Esto representa la dificultad número uno de los casos OVNI más sorprendentes. Algunos colegas han subrayado aspectos que, según ellos, cuestionan el testimonio del señor Ibáñez y apuntan a una falsedad. El ufólogo mallorquín Mario A. Morales encuentra sospechoso que incluso a 50 m de distancia el testigo creyera que tenía ante sí un coche. Los encuestadores interpretamos que, tras pensar inicialmente que aquello era el coche de su amigo, sencillamente esperaba verlo, lo que prolongó la confusión. La idea preconcebida de la normalidad fue superior a cualquier otra posible elucubración. Por el contrario, si en cuanto enfiló la recta hacia el supuesto 600 hubiera deducido que estaba frente a un platillo volante aterrizado, eso sí que habría sido un buen motivo para dudar de su relato. El estudioso malagueño Luis R. González basa su crítica de este caso en la descripción de los seres, que, según explica, recuerdan una mezcla de caracteres de personajes de La guerra de las galaxias: el tamaño de los jawas, las protuberantes gafas de los moradores de las arenas y una combinación de ambos en la vestimenta. El filme se estrenó dos años antes del avistamiento que nos ocupa. Sin embargo, sabemos que la cultura cinematográfica de nuestro hombre es más bien exigua y no parece que esa haya podido ser su fuente de inspiración. También las huellas aparecidas en el lugar han sido objeto de recelo tanto por su localización como por su permanencia y los datos que se dedujeron de ellas, a lo que podemos replicar que su hallazgo fue enteramente casual, que eran desconocidas para el testigo y que no hemos encontrado maquinaria agrícola alguna capaz de crearlas. Si bien no hay pruebas objetivas que demuestren que fueron originadas por el aterrizaje de un ovni, su situación espacio-temporal les confiere cierta coherencia con una posible relación directa.
TURÍS COMO PARADIGMA
A nuestro juicio, este suceso es único y paradigmático. Único porque la fisonomía de los presuntos ocupantes del ovni no tiene parangón en la literatura ufológica internacional (este es precisamente el problema de fondo de la casuística de los encuentros cercanos con ovnis: que parece que cada evento es singular y diferente). Y paradigmático porque representa el núcleo duro del fenómeno OVNI, a saber: si el testimonio de una experiencia no estándar se atiene o no a una realidad física verdadera. En todo el mundo hay casos que presentan una imaginería incompatible con lo conocido que no se explica como tergiversaciones convencionales. O son hechos auténticos –y esta opción tiene implicaciones extraordinarias– o son narraciones inventadas íntegramente por el sujeto, no hay otra alternativa. La validez de la primera opción solo cabe –a menos que haya pruebas materiales irrefutables y testimonios múltiples– tras descartar al 100% la segunda opción. Por ello, creemos imprescindible desarrollar herramientas que ayuden a determinar cuándo es incierto un episodio.
¿FICCIÓN O REALIDAD?
Eliminadas las sospechas habituales, pasamos a considerar la fabulación consciente. De ser cierta, todos los elementos del caso conspiran contra ella: personalidad normal y formal del sujeto, testimonio constante durante tres décadas, alta extrañeza que requiere fuentes de inspiración que parece le son ajenas, opinión social positiva unánime y hallazgo de huellas (evidencia puramente circunstancial). En este escenario, el testigo tendría que haber engañado primero a su familia, luego a todo un pueblo y, finalmente, a los investigadores, los curiosos y los medios de comunicación durante 30 años. Pero, ¿hay indicios de esto? Creemos que no. Y si consideramos la posibilidad de una fabulación inconsciente, como una alucinación o alguna alteración mental reversible, no se conoce en Psicología o Psiquiatría ningún estado alterado, disociativo o alucinatorio que sea transitorio en ausencia de historial clínico de patología mental. Para un ufólogo escéptico como yo, la investigación y la reinvestigación de este caso ha supuesto una prueba de fuego.
Mi sopesada impresión es que el testigo cree sinceramente en la realidad tangible de su experiencia, y el investigador no encuentra justificación objetiva alguna para una mentira o rapto imaginativo, ni ninguna prueba consistente para desmontar su relato. El sujeto sostiene sin enmendar –con escasas variaciones, propias del paso del tiempo– lo que había manifestado treinta años atrás. Y tiene el apoyo explícito de su familia –que le cree a pies juntillas– y de la mayoría de sus convecinos, a pesar de tratarse de la exposición de unos hechos excepcionales. Investigué este extraordinario avistamiento en 1979 y lo he vuelto a hacer en 2008 con dos visitas casi seguidas. Por ello las palabras de Federico me conmovieron cuando, al despedirnos, dijo: “Si no nos volvemos a ver, ya nos veremos arriba”.
1979 Otros casos en España
En la obra que escribí con J. A. Fernández, Enciclopedia de los encuentros cercanos con OVNIS (Plaza Janés), examiné 585 informes de aterrizajes OVNI ocurridos en España y Portugal en el siglo XX hasta el año 1985, 32 de los cuales se produjeron en 1979. Del total de casos, a casi la mitad de ellos se les encontró una explicación más o menos convencional (fraudes, rayos globulares, globos sonda, bengalas, caída de rayos, maniobras militares, camiones cisterna, etc.), a la otra mitad no. Si 355 fueron resueltos, otros 230 quedaron con la etiqueta “ovni”. De estos, en 125 informes se registraron efectos físicos, fisiológicos, fitopatológicos o huellas materiales. Y en 39 ocasiones los testigos informaron de la presencia de ocupantes humanoides cerca del objeto aterrizado.
ANÁLISIS DEL SUELO ¿Hubo emisiones radiactivas?
Tres semanas después del supuesto aterrizaje, Juan Antonio Fernández Peris y los miembros del AVIU valenciano recogieron varias muestras de tierra: (1ª) junto a una de las huellas impresas, (2ª) dentro del rectángulo formado por las cuatro marcas, (3ª) en la zona adyacente del camino, (4ª) a 25 m de distancia, pero dentro del camino, y (5ª) junto al algarrobo del que surgieron los dos seres. El biólogo asturiano José Luis Caso elaboró un informe quedestacaba, como era de esperar, que las muestras 1ª a 4ª tenían un aspecto similar –color rojizo, sin vegetación ni restos orgánicos, lo que se correspondía con el terreno de un camino vecinal–, mientras que la 5ª tenía un aspecto más parduzco y numerosos restos vegetales (los cuales no presentaban quemaduras ni efectos anómalos). También se midió la radiactividad emitida por todas las muestras. Para detectar cualquier emisión de calor que se hubiera producido, se midió el pH (acidez o alcalinidad) y la proporción de los carbonatos, que bajo la acción del calor debía aumentar y disminuir, respectivamente. Los resultados fueron los siguientes:Muestras Radiactividad 1ª Muestra/ Radiactividad negativa/ pH 7,7/ Carbonatos 52%2ª Muestra/ Radiactividad negativa/ pH 7,8/ Carbonatos 54%3ª Muestra/ Radiactividad negativa/ pH 7,8/ Carbonatos 54%4ª Muestra/ Radiactividad negativa/ pH 7,9/ Carbonatos 49%5ª Muestra/ Radiactividad negativa/ pH 7,6/ Carbonatos 38%Las diferencias observadas en el pH entran dentro de las debidas al azar. En cuando a las diferencias en los porcentajes de carbonatos, no son significativas en las muestras 1ª a 4ª, pero sí en la 5ª, lo que demuestra su pertenencia a un tipo de terreno distinto, más rico en materia orgánica y menos en carbonatos. El doctor Caso concluyó: “Los resultados no proporcionan evidencia alguna que apoye las hipótesis supuestas en principio de emisión de radiactividad y/o de una alta temperatura”.
FEDERICO IBÁÑEZ: Un hombre de palabra
Federico Ibáñez, El Rocío, apodo que le viene desde su bisabuelo, no es hoy quien era cuando le visitamos en 1979. A sus 84 años, el trabajo en el campo ha hecho arquear su espalda visiblemente. A pesar de ello, sigue ayudando a sus hijos en las faenas de la vid, y confiesa que cuando viene del campo se siente mejor que después de pasar el día en la mecedora de su casa. Con respecto a la narración de los hechos, que reitera por enésima vez, a la pregunta “¿Y lo ha contado usted siempre así?”, responde con rapidez y algo sorprendido: “¡No puedo contar otra cosa!”. Hay detalles que le siguen chocando, como la agilidad y la baja estatura de los “nanos”, el “guardapolvo de farmacéutico” o el
“impermeable blanco hinchado de aire” y las “gafas largas de herrero” que llevaban, o bien el hecho de que el suelo se quedara limpio cuando al ascender el objeto dispersó todo el polvo del camino. Federico describe lo que vio –o dice que vio– a quien le pregunta con un relato sucinto y general de los hechos: “¿Qué voy a pensar que era? Un aparato, por lo rápido que se marchó”, es la única hipótesis que adelanta. Responde solícito y paciente a todas las preguntas, eso sí. Y no le disgusta rememorar lo sucedido.“¿Qué pensaba la gente? ¿Que estaba loco?” –le preguntamos–. “No. La mayoría me creyó”, apunta sin mayor preocupación. Hablamos también con Francisco González la izquierda de la foto), El Regalat, agricultor de Turís de 70 años, quien dice de Ibáñez que “es muy rico en tierras, pero muy humilde y sencillo... alguien a quien se puede creer”. Una opinión con la que coincide Baldomero Picó (en el centro de la foto), vecino del pueblo interesado en los ovnis –“pero sin fanatismos”, precisa.Todo indica que la reputación local de Ibáñez es muy buena: “No es de los que dicen fantasías”, aclara un joven labrador de la localidad.
Vicente Juan Ballester Olmos
http://www.masalladelaciencia.es/el-ovni-de-turis_id30895/episodio-ovni-en-turis_id1242088